La medida de todas las cosas

Cuando Protágoras sentenciaba que el humano es la medida de todas las cosas, el filosofo antiguo no reflejaba mas que su mundo y su medida. En una sociedad cuyas relaciones, verdades y juicios eran el producto del habla, y ésta del hacer humano, no tenía más que decir: todo aquello cuanto existía en la polis no era más que un producto del ser humano. Le sobraban razones para sentenciar que el humano es la medida de todas las cosas. Hubo que esperar, sin embargo, hasta el criticismo kantiano para asimilar dicha idea, y no era para menos, pues la sentencia de Protágoras ponía la libertad de interpretación, y por lo tanto, la voluntad de poder humana, como origen de toda verdad, juicio y relación. Fue Kant quien convirtió una defensa política del ser humano en epistemología, pues el de Königsberg volvió a asegurar que la verdad no depende del objeto, sino del sujeto y que, sin sujeto, no existen ni objetos, ni valores transcendentales, es decir, no hay ni verdades, ni juicios, ni relaciones. Por ello se hizo grande a Kant, pero él no fue mas que la guinda de un pastel que llevaba siglos construyéndose.

 

La teoría kantiana pervive y, por lo tanto, pervive Protágoras, sin embargo lo cierto es que asistimos a un giro, ya no copernicano, sino capital: el humano está dejando de ser la medida de todas las cosas para que sean las cosas la medida de todos los humanos. Desde lo más cotidiano a las políticas más globales, la idea transcendental de Dios ha sido substituido por el mercado y aquello que lo componen: sus objetos, sus mercancías. Nos aborrece la cantidad de estímulos e información que recibimos pero ésta sólo nos llega si poseemos las “cosas” que las hacen posibles a nuestros ojos, que hacen posible que nos lleguen, y si nos falta un rato, nos genera ansiedad. ¡Sin distinción de clase, nuestras pupilas se han vuelto adictas a las pantallas y sienten horror vacui! Pero quien dice la pantalla, también dice viajes, coches, libros, apartamentos, utensilios varios sin los cuales no puedes ser. ¿Acaso es posible trabajar sin tener una cuenta corriente? ¿O tener techo sin un saldo mínimo? ¿Es posible ser sin tener? Y asiste la queja: ni Kant ni Portágoras se preguntaban por las condiciones materiales que hacen posible al individuo, sino a las capacidades de éste del conocimiento, es decir, a sus capacidades epistemológicas. Pero ninguna de ellas tienen condiciones posibles de ser percibidas si las materiales no están resueltas previamente: la epistemología sólo es posible si la materia que las hacen posible está resuelta....

 

En este paradigma, en el de tener, nos hemos encontrado siempre, sin embargo no siempre se hizo política, es decir, no siempre construyó mundo. Hoy sí, y no sólo, sino que es el objetivo: no importa qué leemos, importa que leamos; no importa qué opinemos, sino que lo hagamos; no importa en qué ocupemos nuestros días, sino que los ocupemos. ¡Si ante el horror vacui tenemos cosas que lo llenan, llenémoslo! Y ante la mala praxis de la medida humana, que sea el mercado el que regule nuestras vidas: ¡Dios ha muerto, que viva el mercado! De esta ecuación queda lejos, sin embargo, la libertad humana... Ceder soberanía al mercado y que éste ocupe nuestras vidas, nuestras calles, hogares e incluso nuestros sueños. Que su fuerza determine nuestras políticas, y éstas nuestras vidas: somos lo que tenemos y si ni tenemos, no somos. El mercado como medida de todas las cosas. Ni Kant, ni Protágoras estaban equivocados, tan sólo ignoraron la estupidez humana y eso los convierte también en estúpidos...

 

Reflexiones